Esta es la crónica diferida de nuestro último viaje. El destino inicial eran las tierras altas de Escocia, pero el fin de semana anterior decidimos el cambio de destino. Se perdían demasiados días de conducción. Queda pendiente para una próxima ocasión.
El objetivo que nos fijamos era simple, fotografiar el color verde, pero asociado a otros conceptos como la humedad, la naturaleza intacta; supongo que debido al influjo de la llegada de la primavera. Mi objetivo secundario, ejercitar la ordenación de los elementos en el paisaje.
Y el lugar escogido fue el Parque Nacional de Olympic en el estado de Washington, próximo a la frontera del Canadá. El Parque Nacional protege un bosque lluvioso templado, un lugar donde el indice de pluviosidad aún es muy alto, una columna de agua de unos 3,5 metros de altura al año, un ecosistema muy escaso en el planeta, tal y como podéis ver en el mapa de distribución, debido a las peculiares condiciones ambientales que han de coincidir para su desarrollo, y cómo no, a la destrucción de su hábitat.
Si es cierto que el verde relaja la vista, ésta prometía ser una terapia de choque. Y una terapia adicional de oxigeno. Añadido a la práctica ausencia de turistas, dado que la temporada la dan por abierta en Junio, vino a configurar el equivalente a una semana en un relajante balneario…
El vuelo de United Airlines desde Frankfurt tuvo su punto gracioso. Asientos en mitad de la fila en un vuelo bastante abarrotado. A mi lado, en el asiento del pasillo que yo deseaba haber tenido asignado y que en mi fuero interior deseaba que no se ocupara o imaginaba negociar un cambio, se viene a sentar una anciana. La primera reacción fue ver claramente que aquí no habría nada que negociar y aún peor, que no habría quien se levantara a estirar las piernas si caía dormida. Por lo que inicialmente no estuve muy espabilado en ayudarle a colocar su equipaje de mano en el compartimento sobre nuestras cabezas. Es notable lo poco conscientes del momento que vivimos habitualmente, viviendo el pasado o el futuro. La señora, después de unos instantes intentando dilucidar donde iba a colocar la manta y la almohada de cortesía, su bolso y algún papel que traía en la mano, finalmente se acomoda y me saluda con una sonrisa encantadora. Olvidadas ya mis pretensiones iniciales, iniciamos una conversación, aunque parecía un dialogo de sordos, hasta que encontramos la cadencia adecuada, despacio, algo alto y lo más claro que pude. Algo así como hablar en plan indio de los western, pero en ingles. La señora, ucraniana, volaba a EEUU a visitar a su hijo. Su marido había fallecido y quería ver a su hijo. Eso después de una larga «pseudo conversación» y después de que le fuera preguntada su nacionalidad por la tripulación, para saber si debía rellenar o no la visa antes de la llegada. Finalmente llegamos a la cuestión de que clase de libros me gustaba leer y a mi deducción, confirmada, de que debía haber sido profesora de literatura. A ella, aparte de los clásicos rusos, le gustaban los thrillers best-sellers anglosajones del tipo John Grisham. Y en esas estábamos, cuando tras el despegue, el tripulante de cabina, un tipo de mediana edad y con un pin arabe-israelí en la solapa, que me pareció venía observando nuestra conversación, se acerca para llevarla a otro asiento, un asiento con más espacio para ella. Al final tenía «mi» asiento… libre. Posteriormente, cuando repartía las bebidas para la comida, con un guiño y en un rápido movimiento, deslizó dos botellas de vino blanco en nuestro bolsillo del asiento, bebidas que eran de pago. El resto del viaje fue convencional. Hasta el momento de hacer la conexión. La que te puede liar una persona en la facturación. Resumiendo, nuestro destino era Seattle, estado de Washington, en el Oeste, código de aeropuerto SEA. Nuestra escala era en la ciudad de Washington, estado de Columbia, en el Este, código de aeropuerto IAD. Evidentemente nos facturó las maletas a Washington, IAD. Había que recuperar las maletas de la cinta del terminal doméstico, si no se las llevaba antes nadie, … pensaba yo y con ellas en mano nos buscarían un nuevo vuelo. En cualquier caso ya nos habían adelantado que suponía perder un día del viaje, dependiendo de los posibles vuelos, ofreciéndonos llegar a destino vía San Francisco o Denver… eso después de 10 horas de viaje …, más perdida de la noche de hotel, buscar hotel en la ciudad de escala, el coche de alquiler, modificar el plan de todo el viaje, etc … y en esa situación lo mejor es aceptar la situación cuanto antes, relajarse y fluir con ella para sea todo lo a favor que pueda resultar. Un disgusto evidente, pero controlado y una presencia continua delante del mostrador.
La fortuna quiso que, recuperadas las maletas del terminal doméstico, para sorpresa y alivio de la compañía que nos tenía que arreglar el desaguisado, el vuelo a Seattle tuviera un retraso de varias horas y que el supervisor se percatara del retraso. Ellos se ahorraban los vuelos adicionales y el posible alojamiento y nosotros recuperábamos nuestro viaje. Una carrera hasta la puerta de embarque y los dos últimos asientos junto a la puerta … nuevamente, prueba superada… después de 22 horas de viaje.
Nuevamente pudimos alquilar un Jeep Grand Cherokee 2011, el último o único que quedaba. Si supieran el uso que le pensábamos dar, no nos lo hubieran alquilado. Ya teníamos el alojamiento asegurado y tratándose de uno de los lugares del mundo con mayor pluviosidad, era importante no tener que poner la tienda, que no habíamos traído en este viaje y tener que marchar de los lugares antes de lo deseado en busca de un alojamiento. La parte trasera de este coche se abate completamente en una cama de metro ochenta y cinco por metro y medio. Colchonetas inflables, sacos de dormir y una pequeña y maravillosa almohada comprada durante regreso del viaje a Death Valley, una maravilla de viscolatex que se enrolla en su funda. Nos vamos haciendo cómodos.
Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de coches circulando por la autopista un domingo por la noche. Mas tarde reparé que la mayor parte de ellos tenían que ser soldados regresando a su base, una base de tal extensión que tenía siete salidas de autopista para acceder a la misma. La conducción era bastante agresiva y yo estaba muy cansado. Ya en la autovía, la conducción fue mucho más relajada. Los cadenas hoteleras, restaurantes y gasolineras están perfectamente señalizados en las salidas de las autopistas.
En esta ocasión, hicimos las compras el día siguiente de la llegada. Una exigencia mía. La experiencia dictaba que los primeros días de los viajes son poco productivos. Y si llega el caso de encontrar la sintonía, no quiero tener que dedicar tiempo a la búsqueda de material logístico, dígase comida, ya que yo sin el tanque lleno, no avanzo. Limitaciones que tiene cada uno. Así que, después del desayuno en el hotel, hicimos avituallamiento en Walmart. En este viaje, hemos «tirado» de comida oriental, mayormente sopas estilo miso y pasta, verduras y fruta. Creo que es el viaje que mejor hemos comido. Cada vez veo más preocupación por lo que se come y una competencia por el producto con menos conservantes, colorantes y añadidos… La única diferencia es que no se estila mucho la cocina mediterránea, salvo la italiana. Pero cada vez encuentro cosas más interesantes que comer, sin ser las odiosas «beans con tomate» de hace años…
A destacar, por la relevancia que tuvo en el comfort durante el viaje, la compra de un cenador «made in China», unos 40 dólares, que acabó roto por varias partes, pero que nos salvó el viaje. Instalado, cubriendo la mesa que dispone todo «campground», con un lateral que nos actuaba de pantalla contra el viento y la lluvia, nos permitía cocinar, jugar a las cartas y disfrutar del fuego del campamento a salvo del relente.
Siempre me había parecido una chorrada, pero de sabios es cambiar de opinión. Creo que pasamos buenos ratos junto al fuego y aunque no lo parezca, en una noche fría al raso, un fuego calienta. Ya soy un incondicional.
La llegada al Parque Nacional de Olympic no puede ser mas descorazonadora. Otra industria principal de la zona, aparte de Boeing, Microsoft, Amazon y el ejercito americano, es la industria de la madera. Las plantaciones ocupan la mayor parte de lo que antes fue parque nacional, y los períodos de tala tienen ciclos de setenta años.
Nuestra primera noche en el parque. Habíamos subido por el valle de Quinault y fué de lluvia continua. Finalmente cesó. Al levantar la cabeza a primera hora del día, lo primero que observamos es que está todo nevado! Unos diez centímetros de nieve. Cruce de miradas de estupor y salir a evaluar la situación. Esto no estaba previsto. El termómetro marcaba 2 grados y el cielo prometía más precipitaciones. No hacía falta consultar el barómetro de mano, un magnífico chivato del tiempo en las siguientes horas y que no nos falló a lo largo del viaje.
Después de un corto paseo hasta el primer cauce, donde había que cruzar caminando sobre un tronco nevado y ante la falta de equipamiento adecuado y ante el temor de que volviera a caer más nieve, decidimos bajar en altura, hacia la costa o probar con otra orientación de algún otro valle.
El parque esta situado en una península y tiene protegida una franja de costa salvaje de unos 120 kilómetros, y unos pocos kilómetros de ancho.
Según un programa de radio que sintonicé el tiempo venía siendo inusualmente frío y lluvioso desde hacía 2 meses. Si estas precipitaciones procedentes del golfo de Alaska hubieran caído en pleno invierno, estiman que hubiera batido records de precipitaciones de nieve. El mar, estaba muy agitado y un fuerte viento soplaba del Pacífico.
Había que volver a entrar en el bosque, esta vez elegimos otro valle, el de Queets, en el que no había nieve por su menor altura. Entramos por Lower Queets y por fín, nuestras primeras visiones verdes. Bueno en realidad, un verde bastante dorado. La primavera llevaba un retraso y aún vestía los colores del invierno. Con todo, se aproximaba a las imágenes que habíamos visto. La carretera de Lower Queets esta cortada unos kilómetros más adelante debido al desprendimiento de toda una ladera y recibe pocas visitas. Confío en que no saquen esta zona del parque nacional por tal motivo. Volveríamos más adelante a visitar Lower Queets.
Seguidamente nos dirigimos a la parte alta el valle, Upper Queets para pasar la noche. Ya a la hora de cenar encontré una paquete de pasta de arroz mordisqueado por un roedor y se me encendieron las alarmas. Las pasta había estado todo el rato en las bolsas reciclables que venden ahora en los supermercados, había traído algunas para alojar y mantener el orden de la comida y demás útiles de cocina y poder utilizar las bolsas del supermercado para la basura. ¿ Cuando había pasado ? Bueno, ya estaba hecho, la pasta a la basura y a cenar pronto, que hacía bastante humedad y frío. Aún no habíamos descubierto las bondades de un buen fuego de campamento. Que bien nos hubiera venido en estos primeros días, porque iba todo bastante cuesta arriba. Pero había buen ánimo para superar los obstáculos. Mañana sería una nueva oportunidad. Y de repente, metidos ya en el saco de dormir, oigo un evidente ruido de roedor enredando en las bolsas de comida. No puede ser ! Estaba dentro del coche, comiéndose mi comida. Frío y humedad la que quieras, pero la comida, ni tocar ! El ruido continuaba y por más que mirara entre las bolsas, no veía absolutamente nada. Andará en la basura ? Ya por entonces Isabel estaba a punto de mandarme a la calle y quedarse a dormir con el ratón. Por si era el caso y para dar un poco de tiempo a rebajar la tensión, me levanto y llevo la basura al contenedor. Unos 300 metros de caminata en mitad de la noche fría. Seguro que me sentará bien, pensé. Regreso e intento aceptar la situación y dormir. Durante el paseo había razonado que no podía ser un ratón, porque ni son tan ruidosos, ni son tan poco destructivos. Estos no te dejan ni el plástico que cubre la pasta. Y en nuestro caso, apenas se veía mordisqueada la pasta que tiramos a la basura. Tenía que ser una ardilla. Seguro que la habíamos traído desde la costa, ya que anduvieron algunas alrededor del coche la noche anterior. Y ahora que hacemos ? Como llevarla de vuelta si no soy capaz ni de verla. Sólo el tacatacataca encima de la bolsa de ropa, de un lado a otro. Encima cachondeo; tacatacataca, al de poco otro tacatacatacataca. Pensaba en los puestos de patitos de ferias que abates de un balín, mientras van de un lado al otro. Al de un rato el tacataca lo siento encima del saco sobre mi cabeza. Ah no ! Hasta ahí podíamos llegar. Aceptar perder la comida es una cosa, pero que no me dejen dormir, eso, eso era una declaración de guerra formal. Con un grito de «Ya no puedo más !» que dejaba bien claro que no había ya negociación posible, me visto y calzo mínimamente y me dispongo a vaciar el coche completamente. Isabel que piensa que he perdido la cabeza, se arrebuja en el saco e intenta ignorarnos. Lo vacío y no encuentro nada. Nada. Ni rastro. Quiero pensar que se habrá asustado y metido bajo los asientos, debajo de nuestra cama. Reordeno la comida en las bolsas y cubro las mismas con otras bolsas. La comida estaba a salvo. Sólo quedaba aceptar que ibamos a dormir los tres esa noche en el coche, tampoco era tan terrible. Isabel se apiada y logra que me calme y me duerma. Niños…
Al día siguiente, durante el desayuno, todas las puertas abiertas, cebos de comida fuera del coche. Ni rastro. Hacemos un vaciado absoluto del coche y nada. Era una derrota en toda regla, me había comportado como un energúmeno, sería el hazmereir de la vuelta a casa. Humillante.
En fín, no hay ánimo que no arregle una buena taza de café de Colombia. Decidimos hacer el Queets Loop Trail, un circuito cerrado junto al río. No parecía muy complicado, más bien un circuito turístico, pero finalmente casi acabamos perdiéndonos, ya que la señalización que utilizan es la cintas de color en las ramas de los arboles, y pasada la temporada, suelen desaparecer. Es un «perderse» relativo, pero tiene su cosa. La humedad es altísima, el olor de la madera en descomposición lo inunda todo y llueve intermitentemente. Apenas hay ruidos que no sean naturales. Compartimos espacio con los distantes elks (ciervos canadienses) y los trinos de pájaros, que tampoco llego a ver. Los árboles yacen caídos por todos lados y poco a poco hacemos esfuerzos por aprender a reconocerlos.
Un poco más animados, fijamos nuestro siguiente destino en el valle de Hoh. El más famoso y el más preparado para el visitante. El acceso al parque ya es espectacular e hicimos nuestras paradas en el arcén. Nunca había visto una escena donde todo es verde, la luz, los objetos, todo.
En Hoh hicimos tres trails. Inicialmente habíamos rechazado hacer los circuitos más pequeños, creyendo que serían circuitos turísticos. Craso error. Lo son y no lo son al mismo tiempo. Resultó que el Hoh River trail, el único trail que todo entusiasta de la montaña y todo fotógrafo tomaría en busca de la imagen más exclusiva, estaba cortado unos kilómetros más arriba por unos severos desprendimientos y hubo que conformarse con el Hall of Moos trail y el Spruce Nature Trail. Resultaron ser dos maravillas. Seguramente no comparables con el River trail, que no lo sabremos, pero magníficos. Y adicionalmente, muy informativos con los carteles desplegados a lo largo del recorrido explicando la formación y desarrollo del espacio biológico que visitamos.
Decidimos volver a la costa, en busca de las estrellas de mar; ya habíamos descartado las imágenes de la costa, porque no cuadraban mareas y puestas para los contraluces y porque ya hay muchas. El temporal ya había calmado y disfrutamos de un día de playa magnífico, aunque algo ventoso. A partir de este día no volvimos a ver nubes, para alegría de muchos y nuestro desánimo. Así que decidimos alquilar un bungalow frente al mar y darnos un homenaje con una cena en el restaurante tras una abundante y relajante ducha. No habíamos visto una sola estrella de mar, ni una pista donde podríamos localizarlas. Porque lo cierto es que la costa era bastante arenosa. A la mañana siguiente, tras el desayuno, decidimos bajar a la playa y pasear, después de despedirnos de nuestra mullida cama. Resulto que las pocas rocas que había frente al bungalow estaban repletas de estrellas de todos lo colores, blancas, moradas, naranjas, marrones…
Había llegado la hora de dirigirnos de nuevo a nuestro primer destino, Quinault. Pero antes haríamos una nueva para en Queets. Habían quedado pendientes unas fotos. Y aunque resulte increíble, se nos vuelve a meter una ardilla a la hora de dormir. Pero esta vez, aunque tampoco la llegue a ver, después de vaciar completamente el coche, no volvimos a saber de ella. Estaba claro. No la habíamos traído de la costa. Simplemente tenían hambre y mucha habilidad para colarse en los coches. Me figuro los festines que se darán en temporada alta.
Con este tiempo en los últimos días, la nieve tenía que haber desparecido. Y efectivamente, sólo había, y abundante, en las zonas más altas. Pudimos hacer 6 kilometros del Graves Greek trail, hasta poco más de Pony Bridge.
En la primera ocasión, la nieve lo había impedido. A partir de este puente, comienza el trail de verdad y el equipamiento es necesario. Me pareció el más espectacular, donde las coníferas y los cedros son mayoría. El aire muy puro y la lobaria pulmonaria omnipresente. El olor de la madera de cedro caída te queda grabado. Si tuviera que elegir un lugar, sería sin duda éste. El bosque a última hora, cuando la luz ya escasea es imponente. Un buen lugar para poner fin al viaje, con un magnífico recuerdo.
Ahora toca soñar con el próximo.